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Mathilde

  • Foto del escritor: alternativanely
    alternativanely
  • 4 jul 2024
  • 47 Min. de lectura

Actualizado: 10 dic 2024



1.

Me llamo Mathilde y pronto cumpliré 8 años. Estoy muy emocionada porque es posible que mamá me regale para mi cumpleaños el mejor regalo: ¡una hermanita! ¡Será mi mejor amiga y prometo que la cuidaré mucho! Le voy a preparar la comida cuando ella crezca, le lavaré la ropa y jugaré con ella en mi tiempo libre. ¡La amaré un montón! Y si nace un niño, también seré feliz, aunque sinceramente prefiero que sea una niña.

 

Vivo con mis padres en una  aldea cerca de la orilla del río Elba. Hay muchas aldeas pequeñas alrededor del río, todas llenas de vida. Las casas están hechas mayormente de madera con techo de paja. Los extensos campos y los bosques frondosos dan un toque único y hermoso a nuestra tierra. A lo largo del río, hay mercados en días específicos, donde muchos mercaderes llegan con sus barcos cargados de cosas interesantes para vender. Es en estos mercados donde se puede encontrar gente de diferentes pueblos y culturas, y donde se pueden comprar productos agrícolas, alimentos, artesanías y también anímales. Siempre hay muchísima gente y siempre sucede algo interesante que recordar.


Nuestra casa no es grande; está hecha de madera, y es estrecha y larga. El techo está compuesto de paja, y todos dormimos en la misma habitación. Mamá me enseña a cocinar, cultivar, cocer la ropa rota y ayudarle con todo el trabajo que tiene, desde que se despierta en la madrugada hasta el anochecer. Pero lo que más me gusta es ir al río a hacer la colada. Allí nos encontramos con otras mujeres y sus hijos, y puedo jugar un rato con los niños. Es muy divertido, pero lamentablemente no vamos todos los días, tenemos bastante trabajo en el campo y en la casa, sobre todo ahora.

 

Mi papá trabaja mucho, no sé exactamente a qué se dedica, además del trabajo en el campo, pero vivimos bien. Aunque somos pobres, siempre hay comida en la mesa y no nos falta de nada, o al menos así era hasta hace poco...   

  

Últimamente, parece que las cosas no van bien, porque algunas noches nos quedamos solas con mamá y cenamos solo una rebanada de pan de centeno con un vaso de aguamiel, ale, o vino. Nadie bebe sólo agua porque está muy contaminada y beberla pura es la manera más rápida de llegar al cementerio. La fermentación de los cereales y las frutas elimina buena parte de las bacterias, por eso la mezclamos con una  pequeña cantidad de alcohol. La leche la beben sólo los bebés y los enfermos. La conservemos como queso para comerla y venderla, porque se estropea muy rápido.


Ahora papá está reuniendo dinero para pagar el alquiler de la casa y el terreno, que menos mal se paga sólo una vez al año. ¡Estoy segura de que pronto volveremos a comer bien, como antes!

 

A veces voy al mercado para vender queso y huevos frescos que producimos nosotros, y así el dinero que ganamos, papá lo utiliza para pagar el alquiler y otras cosas.

 

Hace no mucho tenía que ir al mercado para comprar algunas frutas que mamá me encargó. Cuando pasé por la taberna, que está justo enfrente del mercado, vi a unos amigos de mi padre que hablaban en voz alta y se reían. Uno me llamó por mi nombre, aunque yo no sabía el suyo, y me acerqué con miedo. No me gusta estar cerca de este tipo de sitios porque son muy sucios y frecuentemente se escuchan gritos desde adentro y surgen peleas. Además, no es bien visto para una mujer entrar en un sitio así.


-¡Oye, Mathilde! - gritó aquel hombre. - ¡Dile a tu padre que me devuelva ya el dinero que le presté!


Le respondí que se lo diré. Entonces, uno de ellos, el que llamaban "el abogado"  le dijo a éste:


- ¡Te los devolverá Hans!, cuando deje de gastarlos en apuestas y mujeres.- y río frescamente.


Yo me enfurecí al escuchar como mencionaban a mi padre de esa manera y sentí la necesidad de darle una bofetada, ¡si sólo que fuese más grande! En lugar de eso, lo miré con desprecio y le respondí  enfadada:


- ¡Mi padre es un hombre de palabra y te los devolverá!


Los tres se rieron en mi cara y se burlaron de él de nuevo:


- ¡Era un hombre de palabra! Pronto se va a quedar sin amigos, debe a mucha gente dinero... ¡Ahora es un desgraciado!


-¡Me dais asco!- contesté yo y escupí en el suelo.


No tengo idea de por qué lo hice. Tal vez fue por impotencia; quería escupirle en el rostro, pero no pude.


Escuché al tercer hombre diciéndole al "abogado":


-¡Déjala!, es sólo una niña. No sabe nada... Bébete una cerveza y olvídate del dinero ja,ja,ja,ja....


Me alejé corriendo y me eché a llorar. Me sentí avergonzada. Puede ser que mi padre no sea el mejor del mundo, pero, ¡un mentiroso, nunca! Y tiene sólo a una mujer - mi madre.

 

Cuando volví a casa, mamá no estaba. La encontré en el establo, ordeñando la vaca. Al verme triste, me preguntó cuál era el motivo. Yo le conté lo que había sucedido y su cara se quedó pálida. Me dijo que no hiciera caso a lo que hablan los demás y que mi padre es una persona honrada. Esto me calmó, pero desde entonces mi madre se puso triste. Dejó de cantar mientras trabajaba y la escuché discutir con papá esa misma noche. Era la primera vez que les oía discutir.

 Desde entonces, decidí no contarle si me pasaba algo malo para no hacerla sufrir.


  Después de un tiempo, unos hombres que no conocía trajeron a mi padre borracho a casa, apoyado en sus hombros. No podía mantenerse de pie solo, pero estaba cantando felizmente.

 

Poco después, cogió el burro que teníamos y lo llevó al mercado para venderlo. Así nos quedamos sólo con la mula... Dijo que teníamos que reducir los gastos, ya que nuestra familia iba a ser más grande: ¡Un bebé venía de camino!

Me puse muy contenta con la noticia, pero me dolía por el burrito. Me miraba triste cuando me despedí de él, como si sintiera que nunca más volvería a casa. Lloré un poco, pero preferí centrarme en la buena noticia. ¡Me encantan los bebés y pronto en casa vendrá uno! Espero, que está vez no fallezca como pasó con mi hermano. Vivió solo unas semanas después de nacer. ¡Qué descanse en paz!


A veces me pregunto por qué las estrellas brillan tanto en el cielo. Mamá dice que son como pequeñas luces que guían a las almas perdidas. Me gusta pensar que mi hermano está allí, y que ellas iluminan su camino para que no se pierda y no se sienta solo sin nosotros. Me encanta mirarlas y pensar que él está entre ellas, también mirando por mí.

 



2.

 A medida que pasan los días, mamá trabaja cada vez menos por el peso del bebé, y el calor del verano la hace sentir incómoda. Papá, como siempre, trabaja más que nosotras. A veces suelta alguna de sus bromas y nos hace reír, pero la mayor parte del tiempo está malhumorado, callado y pensativo.

 

Cuando termine la cosecha, por fin llegará mi cumpleaños, y con él ¡mi hermanita! Mientras trabajo, sueño con ello y me siento muy feliz. Me imagino a la bebé, a mi madre sonriente, a mi padre contento y feliz, como antes. Espero impaciente este gran cambio en mi vida, que empezará justo en mi cumpleaños.

 




3.

 Hoy es mi día más esperado, ¡el día de mi cumpleaños!

  Me desperté muy temprano y encontré a mamá andando fuera, de un lado a otro. Al verme, se esforzó por sonreír. Se acercó a mí, me dio un abrazo y me susurró:


 -¡Felicidades, mi niña! ¡Espero que estés siempre muy feliz!


- ¡Gracias, mamá! Ya lo soy. - le respondí, dándole un beso. - ¿Ya viene mi regalo más esperado?


Ella se tocó la barriga.


- No lo sé... Aún está durmiendo tranquilo. Tal vez más tarde..., ¿o mañana? Sólo Dios sabe cuándo ocurrirá...


Suspiré algo decepcionada, pero todavía faltan muchas horas para terminar el día. ¡Quizá más tarde me sorprenderá gratamente!


- Iré a alimentar a los animales. ¡Tú descansa, mamá!- me alejé contenta silbando una melodía que se me acababa de ocurrir.

 

El aire estaba bastante fresco, pero fui descalza, pisando las hojas secas que el otoño había pintado de color oro intenso. Crujían bajo mis pies y el sonido que hacían me recordó cuando era pequeña y jugaba al "escondite" con papá.


Me asfixiaba de carcajadas, me caía al suelo por tener prisa de esconderme de él. Después, me levantaba rápido y seguía corriendo, buscando un buen escondite. A veces, papá seguía buscándome, fingiendo no verme. Me percataba de ello, pero no quería que lo supiera, porque me encantaba este juego. Cuando estaba muy cerca de mí, yo contenía la respiración, pero a veces era tan divertido que no me aguantaba y me echaba a reír.


Entonces, él se giraba hacia mí, como si acabara de verme,  me sacaba del escondite riendo y me tumbaba al suelo.  Comenzábamos a luchar el uno con el otro, revolcándonos en la tierra y rodando como una enorme bola de nieve, atrapando todas las hojas del suelo encima de nosotros.


Recuerdo que una vez me escondí en el pajar. Esta vez no me vio, y aunque me tapaba la boca con las manos para que él no escuchara mis carcajadas, no tardó mucho en darse cuenta donde estaba. Se tiró al suelo como para descansar, pero su sonrisa me demostró que sabía dónde me había metido. Era el momento de salir y asustarlo, mientras él estaba de espaldas. Al salir del heno, toda cubierta de pajas como un espantapájaros, salté encima de su espalda contenta. Me agarró fuerte y empezamos a rodar por el suelo  hasta chocar contra la pared del pozo, yo chillando, y él riéndose. Al levantarnos de pie vi que él estaba igual que yo, cubierto de pajas y hojas. Otra vez, rompí a reír, porque ya éramos dos espantapájaros.

 

Recordando aquella época,  me imaginaba que así jugaría con mi hermanita cuando ella tuviera la edad suficiente para hacerlo.

 



4.

  Limpie el establo, di un poco de heno a la vaca y a las dos cabras que habían quedado, y tiré un poco de cereales molidos a las gallinas. Luego recogí algo de hierba también, y la compartí entre todos los animales. A ellos les gusta comer plantas frescas, así que los sacamos fuera para que pudieran pasear y comer lo que se les antojara.

 

Me quedé un rato con ellos, sentada en el suelo, observándolos. El gallo no es muy amigable, por lo tanto, siempre llevo un palo grande conmigo cuando entro en el corral, por si me ataca.

Una vez, me asustó tanto que tiré el palo y salí corriendo pegando gritos. Se me subió en la cabeza y me empezó a picar; desde entonces no lo pierdo de vista. Aprendí a mirarlo a los ojos, mostrándole que no le tengo miedo. Y ahora, estamos los dos mirándonos fijamente. Aunque está comiendo, me mira de reojo, y yo, sujetando fuerte mi arma, le muestro que la usaré si intenta de nuevo asustarme y hacerme daño.


Me pasé un largo rato ahí. Mi mente vagaba entre recuerdos y sueños del futuro.

 

Al regresar a casa lentamente, escuchaba a los pájaros cantar. Cuando llegué, me sorprendió no ver a nadie en el jardín. ¿Dónde se habían metido mis padres?

 

Entrando en casa vi a una escena que me dejó petrificada: mi madre estaba en el suelo, mi padre arrodillado al lado de ella, sollozando. En el suelo, debajo de la cabeza de mamá, vi  un charquito de sangre. Las manos de papá estaban manchadas con ella, tapando su rostro con aquellas manos que habían impregnado toda su cara...


 Un grito desesperado salió de mi garganta sin poder contenerlo. Mi padre se volteó. Me había visto.


-¿¿¿Qué sucedió??? – chillé, mientras me acercaba a ellos.

 

Papá no dijo nada, me abrazó fuerte con sus manos empapadas de la sangre de mamá y rompió a llorar. Jamás había visto a un hombre llorar. No sabía qué hacer, parecía tan frágil. Siempre pensé que los hombres nunca lloran.


Yo empecé a llorar también. Le pregunté entré llantos qué le había pasado, pero él no hizo caso a mi pregunta, solo dijo:


- Se fue con Dios, Mathilde... - y prosiguió a llorar.


- Pero, ¿¿Por qué??...¿Y el bebé?


-También... Se los llevó...


- ¡Lo odio! - grité. - ¡¡¿Qué tanto habrá hecho para merecerse esto?!!


- Nada Mathilde, nada... Nos castiga a nosotros...


- ¿¿A nosotros?? ¿¿Qué hicimos??


-Algo habremos hecho mal...- murmuró.

 

Me acerqué a mamá pensando qué habré hecho yo, mientras la observaba con el corazón roto. Le acaricié el rostro, mientras mi mano temblaba. Sus ojos estaban muy abiertos. En ese momento, recordé haber escuchado que cuando alguien fallece con los ojos abiertos, significa que quería vivir más. Rompí en llantos de nuevo. Con la palma de mi mano cerré sus ojos para que ella pudiera descansar en paz.


- ¿Por qué hay sangre? ¿¿Qué le pasó??- insistí en escuchar una respuesta.


- Se cayó...- susurró mi padre. A continuación, se levantó a lavar sus manos, y luego cogió la jarra con ale.  


 A partir de entonces, no paró de beber... Yo lloraba sentada al lado del cuerpo de mamá, y él, sentado en un taburete de tres patas, bebía hundido en silencio. Así pasamos el resto del día de mi cumpleaños y toda la noche.

 

La mañana siguiente, me moví del suelo, estaba muy cansada, creo que no dormí nada. Parecía que papá tampoco... Fui a dar comida a los animales y sacarlos a pastar. Cuando volví a casa, papá no estaba. Volvió poco después y dijo que mañana enterraremos a mamá. Procedí a llorar de nuevo. Él se había echado una jarra con vino. Será que la cerveza que tenía se había terminado. Mis constantes  llantos lo empezaron a molestar, y me gritó con una voz áspera y no típica de él, que parara. Me sobresalté, no esperaba que se molestara tanto. Salí afuera sollozando, no podía contemplar más el cuerpo de mi madre sin vida. Él la había colocado en una tabla de madera encima de dos taburetes, simulando una cama.

 

En el jardín había unas cuantas dalias. A mamá les gustaban mucho, por lo cual las arranqué y se las puse en el pecho. Otra vez lloré, y mis lágrimas caían sobre las hermosas flores, pareciéndose al rocío por las mañanas.


-¡Cállate ya!- dijo papá enojado conmigo. - ¡No podemos retroceder el tiempo!... Tenemos que encontrar soluciones. - eso último, lo dijo bajito, como si hablara consigo mismo.

 



5.

 Tras el funeral, papá llevó los animales al mercado para venderlos. Se me encogió el corazón. Los cambios que esperaba para mi cumpleaños no eran los que imaginé, ni tampoco los que anhelaba. Tenía miedo de Dios, ¿qué más nos podría traer? No comprendía, por qué nos castigaba y, ¿por qué nuestra vida tenía que cambiar de una manera tan abrupta y repentina? ¿¡Qué tanto habríamos hecho para merecerlo!?

¿De qué íbamos a vivir y, cómo lo haríamos solo los dos? Mientras yo pensaba, mi padre vendía todo lo que teníamos...

 

Cuando volvió del mercado, estaba con un hombre que jamás había visto. A él vendió todas las gallinas...

 

Cada acción suya despertaba en mí un intenso temor. Él ya era diferente, sus ojos me evitaban y eran como apagados. Daban la impresión de que se había ido a un lugar muy, muy lejano, al que yo no tenía acceso.

 

Al día siguiente, me dio un baúl y me pidió que pusiera mi ropa dentro. Lo hice, llorando. ¿Qué pensaba hacer ahora? ¿Le decepcioné porque era muy llorona? ¿Qué pensaba hacer conmigo? ¿¿Ya dejó de quererme?? No me comunicaba nada y yo tenía miedo de preguntarle.

 

Mientras ponía la escasa vestimenta que tengo en el baúl, me acordé que hace tiempo, tal vez tenía 6 o 5 años, no recuerdo bien, robé un trozo de mazapán del mercado.  Tuve tantas ganas de probar ese dulce, que solo los más favorecidos podían comer, y cuando se me dio la oportunidad no lo pensé dos veces.  La mujer que los vendía estaba despistada por la gente que la rodeaba, y yo sin que ella me viera, extendí la mano y cogí el trozo que estaba más cerca de mí. Después, me alejé de su puesto y de forma apresurada me lo metí en la boca. ¡Estaba muy rico! ¡Aún recuerdo el sabor que tenía! En mi opinión, era excesivamente dulce, pero un sabor tan exquisito, ¡jamás había probado antes!


Contenía azúcar, enseguida me di cuenta de que no era miel. Esta fue la primera vez que sentí este endulzante. La azúcar es una fuente de placer únicamente para los ricos. Nosotros utilizamos la miel o las frutas secas cuando se nos antoja algo dulce.

  

Colocando lentamente mi ropa en el baúl, sentí vergüenza por lo que había hecho. ¿Seguro por eso ahora Dios me estaba castigando? Y quién sabe, ¡¿cuánto más me iba a castigar?! Lo dijo papá!... Con la muerte de mamá, Dios nos castigaba a los dos.

Recé y le prometí al Señor que nunca más robaría. ¿Pero qué sentido tiene esto ahora, si mamá no esta con nosotros y no podrá volver nunca más?... Y papá, ¿qué habría hecho? Me quedé pensando... ¿Será cierto lo que aquellos hombres dijeron de él?

Si Dios me otorgó un castigo tan duro por robar un mazapán, ¿¿qué castigo les espera a los que matan??

 



6.

  Estoy al lado de mi padre en el carro, del cual la pobre mula tira, hacia sólo Dios sabe dónde, y él, callado bebiendo vino. No hablamos. El silencio se puede cortar con un cuchillo, tan espeso y cruel lo siento. De repente, papá me pasa la botella de barro de la cual está bebiendo, diciéndome:


- ¿Quieres un trago?


No quiero, pero mi boca está seca y mi cuerpo tiembla de miedo: ¿a dónde me lleva, sin decirme nada?


 La cogí en silencio, bebí un trago y se la devolví. Hay más vino de lo usual. Me atraganté con la bebida y empecé a toser. Él me dio unos golpes en la espalda para no asfixiarme. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Por el esfuerzo, o por el miedo que tengo…, también, puede ser por todo a la vez. Papá puso su mano en mi pierna y me dio dos palmaditas, diciéndome:


- ¡No te preocupes! Lo peor ya pasó...


- ¿A dónde me llevas?- por fin cogí el coraje de preguntarle.


-A la casa de un amigo... Ahí vivirás mejor que conmigo.  No puedo hacerme cargo de ti, ahora...


"¿¿¡¡¡Quéééé!!!??" Siento que mi cabeza va a explotar. Estiré el brazo y cogí la botella de él. Empecé a beber rápidamente, unos cuantos tragos entraron en mi garganta cuando él me la quitó.


- Aquí hay bastante alcohol, ¡no te pases, jovencita! - intentó bromear conmigo.


"¿¿Jovencita??" ¡Soy solo una niña!, confundida y rota. Incapaz de entender, ¿por qué mi vida cambia tan rápido?, y cómo es posible sentir tanto dolor por dentro, ni tampoco, ¿cómo puedo dejar de sentirlo?


- ¡¡No me dejes, papá!!- lloré desesperada - ¡¡¡Por favor!!!- le supliqué con horror en mi voz. - ¡Te tengo solo a ti! - me cubrí la cara con las palmas de mis manos y lloré amargada y decepcionada desde el fondo de mi alma.


- ¡Deja de llorar! Verás que ahí estarás mejor... Trabajarás para él. Vivirás en su casa... Él tiene dinero.


- ¡¡Quiero quedarme contigo, papá!! ¡Haré lo que me digas! ¡Yo cuidaré de ti! ¡No lloraré nunca más, aunque me duela! ¡¡Te lo prometo, papá!! Solamente, ¡¡¡llévame de vuelta a casa!!!- hablaba rápido, mientras lloraba y no sé si él me entendía, pero creo que sí.


- ¡No puedo, Mathilde! Será lo mejor para ti... Por cierto, ya casi llegamos...


 Las piedras en el camino sacuden el carro y agitan mi mente y todos mis pensamientos a la vez. Mis ojos llenos de lágrimas me hacen ver todo borroso, como si estuviera nadando debajo del agua, manteniéndolos abiertos, y sin poder respirar, asfixiándome y haciéndome cada vez más pequeña e insignificante. Solamente puedo ver manchas de color que se entremezclan entre sí. Un caos completo abraza mi ser y me hunde en las profundidades de mi pobre y destrozada alma. Siento que mi niñez se acaba de terminar de una manera inesperada y despiadada.

 

 La mula tira del carro tranquilamente, acostumbrada a cargas más pesadas, y el largo camino de hoy le parece a un agradable paseo. La carretera de tierra y piedras se funde con una calle ancha cubierta de pavimento con adoquines, y todo alrededor cambia rápidamente. Aparecen grandes casas con una estructura de madera rellena de ladrillos o piedras. Están pegadas una a otra y su altura es impresionante, comparándola con la altura de la nuestra.


- ¡Sécate la cara! - escucho la voz de mi padre entre los zumbidos de mis oídos, que son tan fuertes que intento taparlos con las palmas de mis manos, pero no hay ningún resultado.


- Mi amigo nos espera ahí, delante de aquella casa…- y me la señala con un dedo. - ¿Lo ves? ...Se llama  señor Maassen.


 No quiero mirarlo, no quiero bajar del carro, y menos aún, quedarme ahora y sin padre. Dios me quitó todo lo que tenía. Lo siento injusto. Toda la estabilidad y felicidad que tenía hace no mucho se está esfumando y no puedo hacer nada para devolverlas.

 

El señor Maassen estaba en la calle y al lado de él hay dos hombres sacando barricas con vino de la casa. Después de ver esta imagen, no recuerdo cómo llegué al lado de aquel señor barrigudo y grande, casi calvo, con una cabeza enorme y ojos pequeñitos y hundidos en ella, de color azul. No sé por qué, pero los veo semejantes a los de un ave rapaz... No escuchaba su voz, aunque me hablaba algo y estiraba sus labios en un gesto parecido a una sonrisa, pero una sonrisa extraña, seca y artificial. Mi padre habló un poco con él, pero yo no era capaz de entender, ni oír, sus palabras. Estaba en un bloqueo profundo.  Recuerdo, sólo cuando papá se puso en cuclillas en frente a mí para poder estar a mi altura. Metió el pelo despeinado que llevaba, detrás de mis orejas, mientras las lágrimas  brotaban de mis ojos y empapaban todo mi rostro, sin salir ningún sonido de mi boca. Se parecían a esos aguaceros que empiezan de repente con un ímpetu que nadie puede parar. Pero esta lluvia era muda, sin ningún sonido, y pesada, como  toneladas de palabras no dichas...


- Volveré a verte... Aquí estarás bien.- Susurró mi padre, y me dio un beso en la frente.


Luego, se levantó, dijo adiós al señor Maassen, se apretaron las manos, papá se giró de espalda y subió al carro, sin mirarme.  Los hombres habían subido ya  tres barricas de vino, sin que yo me diera cuenta. Papá levantó su mano para despedirse otra vez de los dos, y tiró de las riendas la mula, dándole la orden de andar. El señor Maassen le gritó:


- ¡Cuidado con el vino, Jörg! ¡Este es bueno! No es como la mierda que estás acostumbrado a beber. - y rió.


No me gustó su broma. Esta pequeña burla que intentaba enmascarar como una broma inofensiva, y la risa de alguien con prestigio. Los ricos ríen diferente… A partir de entonces empecé a observarlo. No ríen con los ojos, con toda la cara como la gente feliz, sus risas son diferentes, secas, falsas, y muchas veces prepotentes. Y  los pobres pensamos que no hay nada mejor que el dinero. ¡Va a ser que no!


  Mis creencias empiezan a chocar con la realidad desnuda y esto me está decepcionando muchísimo.


 A partir de ahí, comenzó mi gran tormenta que nació en mi interior y arrasó con todo mi pobre ser, con mi mente frágil y confundida, con mi inocencia, con todo lo que creía que era, intentando razonar lo que pasaba, lo que sentía y no entendía. Después de la muerte de mamá, mi padre vendió todo lo que tenía, hasta lo último que le quedó - a mí.

 




7.

  Señor Maassen me dio una habitación para mí sola. Me dijo que podría quedarme ahí unos días hasta que me recobrara. Posteriormente, me llevará a la habitación del personal de la casa, del cual formaré parte.

 

La habitación es pequeña y oscura. La cama está situada cerca de una pequeña ventana. Hay un armario de madera tallado con flores preciosas. Se encuentra al lado de la puerta y no es grande, pero para la ropa que tengo, es inmenso. También hay una pequeña mesita de noche al lado de la cama. Los colores que predominan son oscuros. Sinceramente, es un lujo, pero a mí, ¡¿qué me importa este lujo, si estoy desecha?! Es cierto que antes solía soñar con ser rica y tener lujos a mi disposición…, pero ahora no me impresionan, me dan absolutamente igual.

 

 El resto del día lo pasé llorando en la habitación. Me sentía abandonada y huérfana. No comprendía cómo mi padre me pudo vender, ¡¡por tres barricas de vino!! ¡¿Tan poco valía yo para él?! Pensaba que no me quería, y tal vez, nunca me quiso... Se fue sin siquiera darme un abrazo. Quizá, ¿tenía miedo, de que yo no le dejara ir si lo hacía? ¡No quiero estar en esta casa con gente que no conozco! ¡Ni tampoco tengo ganas de conocer! Aún necesito a mis padres, y solo con ellos me siento a salvo.

 

Por la noche, vino la mujer que se encarga de la cocina a conocerme, y traerme un plato con guisantes. Me dijo que dejara de llorar porque el llanto no ha ayudado a nadie hasta ahora. Pero, ¿cómo le puedo explicar cómo me siento respecto a todo lo que pasó en este lapso de tiempo tan corto, y más, si ella no siente lo mismo? No me entenderá… Yo misma aún no soy capaz de procesar todo el dolor que llevo por dentro.

 Cuando ella se marchó, intenté comer, pero mi estómago se había encogido y no pude. No tenía ni hambre ni sed, tampoco sentía que estaba viva...

 

Durante horas rezaba para que Dios me llevara con mi madre, pero parece que se hizo el sordo ante mis plegarias, porque cuando me desperté por la mañana mi desilusión era enorme.  Seguía viva en la misma habitación y más sola que una lágrima en el desierto. No había cambiado ¡absolutamente nada!


 Comencé a culparme de que mi padre decidiera dejarme aquí. Si no estuviera tan llorona y no me aferrara a mis sentimientos, no me habría vendido... No se iba a enfadar conmigo, y ahora íbamos a estar los dos en nuestra casa, ¡aunque sin mamá!... Me sentí tonta por no ser capaz de manejar mis emociones y dejar que me comieran por dentro y no ser capaz de soportar ese dolor, desbordó todo lo que sucedió. ¿Tal vez, no era Dios, sino yo misma?

 




8.

  El segundo día, y aún no he comido nada…  Me siento realmente mal. Lloro y pienso, y vuelvo a llorar… tengo náuseas y estoy muy débil, pero sigo sin querer comer.

 

Esta mañana oí a la encargada del personal doméstico, la cocinera, decirle al señor Maassen que el jardinero no está haciendo nada. Como es casi invierno y no tiene mucho trabajo, se pasea por el jardín o está chismorreando. Estaban justo al lado de mi ventana así que se escuchaba bien. Él no le hizo caso, solamente murmuró:


- ¡Gracias, Helma! Ahora, estoy ocupado con otras cosas... - y se fue.


Helma entró en la casa y no tardó nada en llegar a mi habitación.


- ¿Hoy tampoco comerás, Mathilde?


Alcé mis hombros porque no sabía que contestarle. Esta mujer no me da confianza, es fría y algo despótica, o por ahora yo la veo así, únicamente sé que no me agrada... Ella ensanchó sus ojos ligeramente, me cogió de la mano y me arrastró con ella por el pasillo:


- ¡Vienes conmigo a la cocina! Te enseñaré cuál va a ser tu trabajo y conocerás a las otras empleadas: Ingel y Greta.


 Me llevó a la cocina y me metió a pelar patatas. Una chica joven y guapa, con una trenza muy larga estaba lavando la loza en un lavabo.  Era como un mueble móvil, compuesto de una palangana colocada sobre un armazón de madera con patas, en la que ella vertía agua con una jarra. En el interior se encontraban los platos que luego la chica lavaba cuidadosamente. Me quedé impresionada porque nosotros en casa no teníamos un lavabo y por primera vez veía uno.


- Esta es Greta. – me la presentó Helma.


La chica se volteó hacia mí y sonrió.


- Yo soy Mathilde. – me presenté también.


- Ya lo sé. – replicó Greta y continuó con su trabajo.


- ¡Mira cómo lo hace Mathilde! ¡Mañana te toca a ti! - me dijo Helma - ¡Y ten cuidado con el cuchillo!, que viendo como lo sujetas te imagino sin algún dedo. - se burló de mí riéndose, y Greta la acompañó sin mirarme.


En ese momento el señor Maassen entró:


- ¿Y esas risas? Me gustaría saber el chiste y reírme también... 


Entonces me vio pelando las patatas, con la cabeza gacha, y exclamó:


- ¡Mathilde! ¿No quedamos que te quedaras unos días sola para recuperarte un poco?


- Aaah, yooo ... - No sabía que responderle, cuando Helma interrumpió mis sonidos inarticulados:


- ¡Si no se pone a trabajar no va a parar de llorar y lamentarse, señor! Le hago el favor de distraerla. Además, ¡hay bastante trabajo!


- ¿Hoy ha comido? - quiso saber el señor Maassen.


- No, aún no. ¡Cuando se canse de trabajar, comerá!, señor Maassen - concluyó la cocinera.


- ¡Te dije que la dejarás tres días para adaptarse, Helma! - el señor no estaba muy contento. - ¡Aquí, pago yo, y las órdenes las doy yo, también!


- Sí, señor. - respondió la jefa y agachó la cabeza.


- ¡Deja las patatas Mathilde y cómete una sopa! Estás muy pálida, necesitas comer. – me ordenó el señor barrigudo.


Mientras me levantaba del suelo donde pelaba las patatas, él se acercó a la puerta para salir. Después, se giró hacia mí y me dio el siguiente edicto:


- Luego, ve al jardín para que te dé el aíre un poco, ¡que pareces un fantasma! - y cerró la puerta tras de sí.

 

Cuando salió, las empleadas se empezaron a reír en voz baja, imitándole. Helma me mostró el cuchillo y luego se llevó un dedo a los labios, advirtiéndome que si decía algo, me cortaría el cuello. Cogí un trozo de pan y salí corriendo al jardín. Las dos mujeres estallaron en carcajadas detrás de mí.

 




9.

 Hoy es mi último día en el cuarto de visitas, antes de bajar a la habitación del personal. No me hace ninguna ilusión bajar ahí, prefiero quedarme aquí, sola.


 En mi cabeza aún están rodando pensamientos confusos y contradictorios.  Siento mi corazón en muchísimos pedacitos sueltos que intentan unirse, pero una fuerza los separa a una distancia enorme, y ellos se pierden en el camino de vuelta. Me aferró como un náufrago para las últimas palabras de mi padre, que volverá a verme, y decido vivir con la esperanza de que un día vendrá a por mí. De este modo, mi tristeza me provoca menos dolor, mi mente está engañada, y mi cuerpo decide sobrevivir los obstáculos de una manera más liviana… Mi creencia en Dios se está desvaneciendo  y perdiéndola, me pierdo a mí en la nada, y no sé cómo salir de ahí.  No sé quién soy y qué hago aquí. Busco sentido en mi vida pero no lo puedo hallar. Recuerdo que papá me decía que muchos científicos no creen en Dios y que hay diferentes religiones en el mundo.  ¿Qué tanto estudian los científicos para no creer en Dios? ¿Qué es la ciencia?

 

Mis padres eran creyentes, yo también lo fui…, porque creo que ya no lo soy…, no lo sé, estoy muy confusa. ¿Y por qué hay diferentes religiones, si Dios es único para todos? ¿Qué enseñan las otras religiones? ¿Cada una tiene un Dios diferente? …Entonces, si es así, ¿¿quién es el verdadero?? ¿O tal vez, no existe ningún Dios? … Me hago tantas preguntas a las cuales no puedo responder, y me digo a mi misma que cuando papá vuelve, le preguntaré. Y deseo poder estudiar un día para tener una mirada más realista a todo lo que me rodea. Me calmó, decidida a esperar por él porque lo veo como el único salvador a mis penurias. Y esta idea es como una cura para mi alma quebrada, y con esto me basta.


 La puerta de mi habitación se abre y entra Helma de prisa.


-  Mathilde, ¡ponte un vestido bonito y vamos con las chicas a la iglesia! ¡Y apresúrate para no perder la misa!


-  No quiero ir. – Le respondí. - Me quedaré aquí…


Sus ojos se abren al maximo y grita indignada:


-   ¡¿¿Eres atea??!


-  No lo sé…- murmuré con temor - ¿Qué es ser atea?


- ¿No eres creyente?- Me hizo la pregunta de otra forma.


-  Lo era…,pero ahora no estoy segura de serlo. Mi fe se está tambaleando. ¡Estoy enfadada con Dios, y no quiero ir a la iglesia!


Helms parecía que se iba a desmayar, como si le hubiera dado un latigazo en la cara.


-  ¡No compartiré habitación con una atea! - me siseó con malicia y repugnancia. - ¡Señor Maassen lo tiene que saber ya! ¡Él es cristiano y no dejará aquí a una atea envenenado el ambiente!


Luego, salió corriendo por el pasillo en busca del señor Maassen.


La escuché diciéndole a alguien:


-¡Esto, no lo voy a dejar así! ¡Te imaginas, la hija del borracho es una atea! ¡Sólo eso faltaba!


 Dentro de poco, volvió con señor Maassen, quien me miraba fríamente, con sus  ojos pequeñitos hundidos en su cara grande y hinchada. Me dijo que si no iba a la iglesia, me enviará con los esclavos campesinos. Ya que ahora él es mi dueño, podría hacer conmigo lo que quisiera. Suspiré, agaché la cabeza y obedecí, al que decía que tiene todo el poder sobre mí. Tengo que fingir ser creyente porque ya no siento a Dios en mí. En realidad, no sé si alguna vez lo sentí; nunca lo cuestioné antes, simplemente era una creyente como mis padres. Pero ahora, estoy cien por ciento segura de que Dios no está en mí, ni tampoco me cuida y ama desde arriba, porque alguien que te ama no te hace sufrir.

 

Fuimos a misa, y Helma contenta de que consigue lo que quiere, estuvo más agradable y sonriente.

 




10.

 Hoy me mudé al cuarto grande en el sótano con Ingel, Greta y Helma. Es muy distinto del cuarto de arriba: no hay armario, es muy húmedo y tiene una pequeñísima ventana casi al techo. Las mujeres no están muy contentas de que yo esté aquí, ni tampoco yo me ilusiono de vivir con ellas. Ingel es mucho más joven que Helma y se ocupa con la señora Maassen. Está a su disposición casi todo el día, haciéndole el pelo, maquillándola, masajeándola, echándole perfumes y talcos para que huela bien. Me parece que los amos no se suelen bañar con frecuencia. Para esto tienen perfumes y talcos que enmascaran el olor de sudor y suciedad que desprenden. Los pobres tenemos mejor higiene que ellos. No entiendo, teniendo tantas comodidades, ¿por qué no se bañan más frecuentemente? Si los esclavos hacen todo el trabajo de llenar la enorme bañera que tienen, lavarlos, y hasta vestirlos, ¿por qué no lo hacen?…

 

En casa, usábamos una pequeña tina de madera para bañarnos: primero se bañaba mi padre, después mi madre y al final yo, utilizando el mismo agua, y eso lo hacíamos una vez por semana, o cuando hacía frío, una vez cada dos semanas. El resto de los días, después del trabajo, nos lavábamos con una jarra de agua, limpiando las partes más sucias de nuestros cuerpos. Durante el invierno, colocábamos la tiña en la cocina, cerca de la chimenea, y cuando hacía buen tiempo íbamos a bañarnos en el río.

 

Yo jamás fui a un baño público, a mamá no le gustaban. La gran mayoría los usa también como actividad social: algunos charlan, otros juegan, y hay también algunos que hacen negocios ahí. Mamá decía que hay quienes practican la prostitución dentro, y los baños públicos propagan las enfermedades como la peste negra, por la cual murió su familia, y el sífilis, que afectaron a toda Europa. Así que, debido a las críticas de los moralistas, los baños públicos empezaron a cerrar gradualmente, y la práctica de mostrar el cuerpo desnudo fue considerada inapropiada. Con la influencia dominante de la Iglesia Católica en Europa, se impusieron estándares estrictos de moralidad, y la desnudez en presencia de otros se transformó en un pecado. Y como mi madre era muy religiosa no utilizábamos duchos baños.

 





11.

 Aunque tengo trabajo durante todo el día, los días para mí pasan muy despacio. La imposibilidad de abandonar el  pozo oscuro en el que me encuentro, anhelando el pasado e inculpando en ocasiones a mi padre, así como a mí, por el presente que tengo, me resulta una carga pésima con la que me cuesta cargar.


No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde mi llegada a esta casa, pueden ser unas semanas o apenas diez días, pero a mí me han parecido siglos.

 

Me escondo cuando las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos para que nadie me vea. Obedezco lo que me digan y cada vez tengo menos la convicción de que volveré a ver a mi padre.

Helma sigue chismeando con todos y sobre todos, mientras delante de ellos se deja ver como alguien en quien se puede confiar. Lo que más le gusta es cotillear sobre los señores Maassen. Supongo que gran parte de la información que tiene se la proporciona Ingel, ya que está junto a la señora Maassen todo el día y sabe más acerca de ellos. Me parece que también inventa parte de la información para poder tener entretenidos a sus espectadores,  así disfrutan burlándose de otros en lugar de si mismos. De ese modo, el circo es completo, y los que no aplauden son los personajes principales, porque todo transcurre detrás del escenario. Me parece que no está satisfecha con su vida, por eso su entretenimiento es juzgar y burlarse de la gente. Necesita que los demás la consideran indispensable, especialmente los amos, y sabe muy bien cómo conseguirlo. A pesar de que se ríe detrás de sus espaldas, delante de ellos es otra persona: la empleada más implicada y más preocupada por su trabajo y todos los que estamos a su alrededor, pero es una farsante.

 

 Ayer Ingel se quejó a Greta de que le había desaparecido dinero, y obvio, como soy nueva, buscaron entre mis pertenencias, incluso examinaron un buen rato el colchón. Menos mal que no lo rajaron, porque todas las plumas con las que está lleno se hubieran a dispersado por todo el cuarto y no habría podido meterlas dentro de nuevo. Hasta me desnudaron para ver si los tengo encima. Creo que mi cara de sorpresa y falta de temor les dieron a entender que no fui yo y me dejaron en paz. Pero las cosas de Helma no las tocaron; le tienen mucho respeto, pero también ella sabe cómo ganárselo y cómo manipular a los demás.

No estoy acostumbrada a estar rodeada de gente así y me siento terriblemente mal, dependiendo de su criterio para sobrevivir. ¡¡No quiero estar aquí!!

 

Hoy, Greta e Ingel se preparan para una celebración significativa con los señores. Por eso, se hicieron un baño adecuado y después Ingel ayudó a Greta a vestirse y maquillarse. Le colocó la túnica de manga larga y cuello bajo, con una abertura en la parte delantera. El escote está ornamentado con aplicaciones de una tela fina y transparente. La falda es de algodón de color amarillo, se ve muy pesada y comienza bajo su busto llagando hasta el suelo. Es muy amplia y ceñida en la cintura. ¡Le queda fenomenal! Mientras limpio, no puedo apartar mis ojos de ella, ¡es hermosa!


 Veo a Greta nerviosa y malhumorada, y mientras se arregla la falda está murmurando descontenta:


-  ¡Odio esta falda amarilla! ¡Al menos si fuese de un color diferente!...


-  ¡No tiene nada que ver el color! Odias lo que haces…  No solo las prostitutas llevan amarillo, ¡cálmate! - replicó Ingel, y se ocupó con su peinado, colocándole como toque final unas cintas rojas en el moño. - ¡Piensa que es la única forma de ganarte unos cuantos groschenes de la fiesta!


-  Sí, es lo que pienso, ¡para no vomitarle a alguien encima! - respondió con rabia la chica. – Por lo menos, ¡tu falda es azul, y no amarilla como la mía!


- En principio, la mía era amarilla también… ¡Espérate, no llevas tantos años aquí como yo! Con el tiempo, las cosas cambian…

 

En aquel momento, entró Helma y me ordenó dejar de limpiar el cuarto e ir a ayudarle con el guiso y la carne asada que preparaba para la fiesta.


Al observar a las chicas preparándose, sonrió de oreja a oreja:


-¡Qué guapas mis niñas! Estas fiestas no se celebran cada día, ¡divertíos mucho!- no sé si lo dijo con ironía o de verdad pensaba lo que decía.


Greta puso sus ojos en blanco escuchando a Helma, pero como estaba de espalda, la jefa no la vio.

Yo salí apresuradamente y me dirigí a la cocina.

 

La conversación que acababa de oír me causó escalofríos. En mi mente resonaba la voz del señor Maassen cuando me dijo que él era mi dueño y podía hacer conmigo lo que quería.


 Mis expectativas de futuro cada día se vuelven más turbias y preocupantes… Tal vez, ¿tengo que irme corriendo de aquí? Sin embargo, ¿cómo proceder, si no dispongo de transporte, ni dinero para marcharme de este lugar?  Y si un día me encuentran, no quiero pensar que ocurrirá conmigo. Pero quizá caminando pudiera llegar a casa y convencer a mi padre de que no fue una buena idea venderme a esa gente perversa. ¿Me creerá? ¿Todavía vive en nuestra casa? Y, ¿cómo se encuentra, ahora?  Estas eran las preguntas más frecuentes que me hacía durante el resto del día.

 

Por la noche, Helma me mandó temprano a la cama porque  mañana tendremos que limpiar después de la fiesta que empezó con el almuerzo y todavía no ha acabado. Seguro acabará en la madrugada y tendré que levantarme muy temprano.


 Daba vueltas en mi cama sin poder conciliar el sueño, debido a los ruidos emitidos por los invitados. Cantaban, gritaban, tiraban objetos que producían mucho ruido, reían, y todo eso me impedía poder descansar.

 

Más tarde, unas horas, quizá,  Greta volvió al cuarto en el sótano. Me hice la dormida para que no me regañara de que todavía estoy despierta. Tenía el pelo despeinado y estaba sollozando. Se desvistió con rapidez y se incorporó en su cama. La oía llorando en voz baja. A ella también le resultaba difícil dormir. Algo había sucedido en esa fiesta y la chica estaba muy mal. Ingel no había bajado todavía, se encontraba arriba con la gente.

 

Cuando Greta se durmió, yo aún estaba despierta y decidí ir a la cocina para echarme un vaso de agua porque tenía sed. Deseaba no hallar a nadie ahí. Subiendo las escaleras, vi que la puerta estaba entreabierta y se veía la luz de un cirio de cera. Me quedé en un estado de desconcierto, pensando si entrar o no, al escuchar la voz del señor Maassen, diciéndole a Helma:


-  ¡La fiesta está espectacular! Tengo que hacer esas cosas con mayor frecuencia, que me estoy haciendo viejo, Helma, ja,ja,ja …


-  No obstante, señor.  Solo me notifica y yo hago todo lo necesario. Espero que a todos les haya gustado la comida… - buscaba elogios. Ella perfectamente sabe que es una excelente cocinera,  pero le encanta escucharlo a menudo y, sobre todo, de los señores.


-  ¡Oh, Helma, todos están encantados!... – Imaginé el semblante de la jefa con su sonrisa de par en par, como cuando la alaban y cuando se sale con la suya, aunque no la podía ver.


-  ¡Gracias, señor! Estoy haciendo todo lo que puedo… ¡Sus deseos son órdenes para mí!


-  Lo sé Helma. ¡Gracias por tu excelente labor!... - se quedaron unos instantes en silencio y el amo habló de nuevo: - ¿Sabes?, escuché que Jörg se ha muerto… El padre de Mathilde...


“¡¿¿Cómo que ha fallecido??! ¡¡¡Mi padre!!!” Quise gritar. Me tapé la boca con la mano para evitar hacerlo. Otra parte de mí murió con solo escuchar la terrible noticia. Ya tenía la impresión de que en mi interior estaba todo muerto, pero resultó que hubo algo que aún vivía dentro: mi esperanza, que ahora dejó de arrastrarse moribunda y, de un solo golpe convulsionó, y dejó de existir.


- ¿Y de qué murió? ¿De beber?- escuché la voz de Helma, burlándose de él. A continuación, procedió a reír y, posteriormente añadió: - Es pecado vender a tu hija, y más aún, por alcohol. ¡Se lo mereció!


Yo no me lo podía creer. Me sentí aplastada por la noticia. Tan sola, insignificante e innecesaria en un mundo cruel, donde yo sobraba.


Señor Maassen siguió hablando:


-  ¡Le dije que tuviera cautela con el alcohol! No me hizo caso… O,¿tal vez, quiso suicidarse? Por eso vendió a la niña por el vino… Se quedó tocado después de la muerte de su esposa. Encima, con todas las deudas que tenía…


-  ¡Estoy convencida de que él mató a su mujer!- concertó Helma con triunfo de investigadora. ¡La culpa lo mató! Por eso se suicidó.


-  No lo sé…- contestó el señor Maassen – pero tampoco era mala persona, se dejó llevar por sus impulsos y perdió todo lo que obtuvo con tanto esfuerzo.


-  ¡Fue él! ¡Se lo digo yo! - proclamó ella.


- Ahora, ¿cómo se lo comunico a la pobre niña, señor? ¡Mi corazón no me deja hacerle ese daño!…

 

Yo ya estaba exhausta, y más aún escuchando sus bobadas. No aguanté y entré en la cocina gritando, dirigiéndome a ella:


- ¿¡¡Quién te da ese derecho de juzgar a mi padre!!?


Los dos se miraron atónitos. El rostro de ella quedó pálido por haberla cogido con las manos en la masa.


-  ¡Mi padre no asesinó a mi madre! ¡Fue un accidente! ¡Él no es un delincuente! ¡Jamás le levantó la mano! ¡¿Cómo puedes juzgar a alguien que ni siquiera conoces?!


-  ¡Por favor, Mathilde! - expresó ella y se esforzó por otorgarme un abrazo, para quedar bien ante el amo.


 Me aparté de su abrazo falso y caí en llanto. Mi corazón latía apresuradamente y tuve la impresión de que el cuarto giraba a mí alrededor, cada vez más rápido, hasta perder la orientación y caerme en el suelo.

 




12.

 Cuando recuperé la consciencia, estaba en mi cama. A mí lado vi a Helma y al señor Maassen.


-   ¡Toma un poco de leche! - Helma me intentó brindar un vaso de leche.


-  No quiero. ¡Quero estar sola! - le respondí.


Ella salió del cuarto, pero el señor Maassen permaneció en silencio en su lugar, mientras me observaba.


-  ¡Lo siento mucho por tu padre, Mathilde! Es sumamente difícil enterarte de esa manera…


- ¿Qué información tiene de él? ¿Cómo ocurrió?- quise escuchar  todo lo que señor Maassen sabía.


-  No sé casi nada … - murmuró. - Los vasallos pasaron por el alquiler y lo hallaron en el suelo, ya muerto. Sobre la mesa se encontraba una jarra con vino medio vacía. Junto a la jarra había una cajita de madera con dinero para el alquiler, el diezmo para la iglesia ya estaba pagado, faltaban solo unos groschenes… - se rascó la barbilla y me miró con lástima.

Comencé a llorar muy dolida. Me imaginé a mí padre tirado  en el suelo, en el mismo sitio donde había fallecido mi madre también. ¡Ya soy huérfana de verdad!


- ¡Quiero verle! – vocifere desesperadamente- ¿Me lo permite, señor? – añadí. - Necesito despedirme de él.


Él amo apretó sus labios y me miró entristecido:


-  Me temo que ya es tarde, Mathilde…  Ha estado unos días muerto antes de que lo encontraran. Está en la tumba común… Sé que no es nada fácil para ti esta noticia… - hizo una breve pausa y continuó. – Cuando hicimos el trato con tu padre de quedarte conmigo, él me pidió que pagara un día tus estudios, a cambio de ser mi esclava.


-  ¿Ya no soy libre? – exclamé abrumada.


-  Nunca lo has sido. - respondió seco el hombre.


-  ¡Sí! ¡Nosotros éramos siervos, no esclavos! - insistí yo.


- Es casi lo mismo… - me contestó de inmediato el señor. Luego humedeció sus labios con la punta de la lengua y siguió hablándome:


- Debido a esto creo, tu padre tomó solo el vino, y no quiso dinero. Si quieres estudiar,  tendrás la posibilidad de hacerlo. Puedo conseguirte un maestro particular para prepararte para la universidad.  No obstante, necesito que te lo pienses bien. Me va a costar mucho dinero y tienes que ser muy obediente y disciplinada.


Asentí.

 

Me pareció muy extraño cuando mi padre me dijo que este hombre era su amigo. Desde que estoy aquí, lo reflexiono y no me lo creo. ¿Cómo un siervo podría ser amigo de un burgués? Eran de clases muy distintas: mi padre era campesino y señor Maassen es un banquero. ¿Tal vez, me lo dijo con el fin de tranquilizarme?


- Ya te dejo descansar. - afirmó el amo y se dio la vuelta para marcharse. 


De todos modos quise asegurarme:


-  ¿Podría hacerle una pregunta señor Maassen?


-  Por supuesto. - le oí decir.


-  Usted y mi padre no eran amigos, ¿verdad?

Él se volteó sorprendido, como queriendo decir, ¿cómo se te ocurrió tal cosa? Pero en vez de eso, me contestó:


-  No, pero le conocía. En ocasiones fue mi cliente. Prestamos rápidos, ya sabes…


-  Me lo imaginaba. – suspiré.


“¡Un siervo y un banquero no pueden ser amigos!¡No tuve que preguntarle! ¡Soy una estúpida!”


Caminó tres pasos hasta llegar a la puerta y justo antes de  abandonar la habitación, me dijo:


- Si mantengas una conducta adecuada, ¡nos podemos entender muy eficazmente!… Y así conseguirás lo que es importante para ti. – y se marchó lamiendo sus labios.


Mi corazón se estrujó cuando escuché esas palabras. Se clavaron en mi mente y la imagen de Greta avivó en mi cabeza.

 

 



13.

 Justo me había dormido y Helma me despertó para limpiar después de la fiesta. ¡El salón estaba hecho un desastre! Teníamos que limpiar con mucha cautela para no despertar a los amos. Dos gatos se habían metido en la sala y comían de los restos que quedaban sobre la mesa. Unos cuantos ratones asustados de nuestra llegada comenzaron a correr entre los platos. Ingel echó a los gatos a palos.


- ¡Váyanse de aquí, sinvergüenzas! ¡A casar ratones! ¡¿Para qué los tenemos

aquí?! ¡¡Vagos!!


 Se me pasó por la cabeza que aquí los animales comen mejor que el personal. Helma me había dicho que nosotras podemos comer carne exclusivamente en Navidad y Pascua.

 

De la tarta de mazapán que preparamos ayer por la mañana sólo habían quedado migas. Parece que les gustó a los invitados, y no me sorprende, ¡tenía una pinta!


Me pasé el dedo por la bandeja, cogiendo unas migas insignificantes que habían quedado de ella, con el propósito de probarla. La jefa frunció el seno y me regañó:


-  ¡No hay tiempo para comer! ¡Date prisa, que pronto saldrá el sol y la casa tiene que estar impecable!


Me chupé el dedo y empecé a recoger los platos que quedaban para bajarlos a la cocina que estaba en la primera planta de la casa.


En mi segundo viaje bajando platos, vi a Ingel, Greta y el jardinero comiendo los restos de los huesos que anteriormente los gatos y los ratones comían. “¡Por esta razón desaparecieron todos de repente y me quedé sola trayendo los platos!”, pensé.


- ¿Quieres un poco?- Abdul me pasó la pata del pavo.


-  No, gracias. No tengo tiempo. Helma me espera. - respondí.

 

Me siento muy mal, pienso que tengo fiebre, pero ahora no debo parar, ni pensar en mí, ¡hay muchísimo trabajo! Mientras ordeno el salón estoy pensando en mi padre. Con lo que escuché, lo empecé a entender y lo perdoné. También me perdoné a mí, sabiendo que no me dejó porque no paraba de llorar. Ya sé que me abandonó, no porque no me quería, simplemente no vio otra alternativa a los problemas que tenía. Estaba tan mal después de la muerte de mamá que prefirió vender todo para pagar lo que debía y acabar con su vida. Porque luchar con las dificultades y las incertidumbres que ella esconde le resultaba imposible ahora. No quería que yo lo viera muerto, y dejarme aún más afectada. Si no hubiera tomado esa decisión, tal vez estaría enfrente de alguna tienda esperando por limosna, o alguien me captaría para ser su esclava y trabajar para él. Y, ¿qué labor haría?, solo Dios sabe…

Papá quiso brindarme la mejor posibilidad de futuro que él contemplaba, aunque no creo que estoy dispuesta a pagar ese precio por estudiar, es demasiado alto…

 

Tras completar la limpieza y preparar el desayuno de los señores, le dije a Helma que me encuentro muy mal y necesito irme a la cama. Ella me tocó la frente y exclamó:


-  ¡Estás ardiendo, niña! Ve a la cama y yo te prepararé una infusión de hierbas que te curará. Espero que no sea la peste, porque ¡caeremos todos! Te veía yo rara y lenta, pero pensé que era por la noticia que recibiste acerca de tu padre.


 A mí ya me daba igual, ¡si hay que morir se muere, y ya! Además, muy pocos llegan a la vejez … 


 Me dirigí hacia el sótano con el fin de poder meterme en mi cama y descansar, cuando Helma me gritó:


-  Antes de acostarte, reza un Padre Nuestro y diez Ave María, ¡para echar al Satanás que te ha poseído!


Me volteé y la miré asombrada.

“¿Satanás? ¿¿A mí?? Me confunde consigo, ¿será?” Ahora solo eso me faltaba: ¡que me quemen en la hoguera! Sin embargo, no me sorprendería, debido a las múltiples circunstancias que ocurrieron!


-  Ve, ve, ¡y hazme caso! El demonio persigue a tu familia. Y tú, ¡rápido traicionaste a Dios, negándote a él! ¡Ve y reza! ¡Abre tu corazón para la divinidad!


Asentí y bajé a nuestro cuarto. Como siempre olía a humedad, esta vez me asfixiaba este olor. Me senté al borde de la cama y rompí en llanto, pero bajito para que nadie me escuche.


Aún me cuesta aceptar que papá también se fue de este mundo, y ahora me encuentro completamente sola. Lo único que puedo creer es que mis padres me miran desde arriba y a veces vendrán en mis sueños para que no me siento tan sola. No entiendo, si de verdad existe un Dios que nos ama, ¿por qué permite que nos pasan tantas injusticias? ¿Por qué, si Dios perdona nuestros pecados,  ha creado el infierno para torturarnos? ¿Habrá entonces gente en el cielo, si no hay nadie sin pecados? El Edén tiene que estar vacío… ¿Lo creó exclusivamente para sí mismo?


 De pronto, oí que alguien tocó fuerte en la puerta y me sobresalté. El ruido me asustó y desvaneció mis pensamientos.


- ¡¡Te dije que reces!! ¡No oigo nada! ¡Quiero escucharte desde la cocina!


Era Helma. Empecé a rezar en voz alta; si no, no me dejaría en paz. No tuve más remedio.

 

Me había dormido sin darme cuenta mientras rezaba, arrodillada en el suelo y apoyada en la cama. Me desperté de un susurro, pero no tuve fuerzas para moverme, mis piernas estaban adormecidas. En unos instantes, reconocí las voces de Helma y Ingel, hablaban de mí.


-  Esta niña nos va a causar solo desgracias, espero que no sobreviva. – era Helma, de nuevo.


-  ¿Por qué dices esto?- inquirió Ingel.


-  Está poseída. El Satanás vive en ella.


- ¿Y cómo lo sabes? Yo no veo nada extraño. – prosiguió Ingel.


- Yo comprendo esas cuestiones, ¡créeme! Tenemos que liberarnos de ella.


-  ¡Te estás obsesionado con Mathilde, Helma! ¡Relájate!


-  No me crees, pero cuando surjan las desgracias, será demasiado tarde .- insistía la jefa.


- ¡Deja de pensar en eso!... Tengo una buena noticia: mañana el señor Maassen se va de viaje, no tiene previsto regresar pronto, así que estaremos  menos vigiladas.


-  ¡Muy bien! ¿Y la señora no irá con él?


-  No. Se quedará.- Ingel no se mostró contenta. – Debemos de divertirla con Greta, necesita carne fresca. Y sabes, ¡qué mal huele a veces! Entiendo porque su esposo la evita, pero ¡no me gusta hacer su labor! ¡Menos mal que tú te ocupas solo de la cocina! ¡Tienes suerte, Helma!


-  A mí, me complace recordar  tiempos memorables, pero ya no me quieren para eso. A los señores les agradan los  jóvenes.


-  ¡Yo ya estoy harta, Helma! No sé si no será preferible marcharme en el convento. ¡Estoy harta de sus orgías! Y menos mal que son cristianos, si no, ¡no sé cómo iban a ser!… - Su sarcasmo era evidente, y las palabras que escucho frecuentemente  me hacen temblar de pavor.

 

 




14.

 Durante todo el día me hallo en la cama ingiriendo hierbas, pero mi fiebre no baja. No tengo idea que infusiones me hace Helma, pero no me producen efecto y, ante todo, debo tomarlas, porque se pone a mí lado y hasta que no las termine no se marcha. Me mareo muchísimo cuando me levanto de la cama e intento dar unos pasos, por eso vuelvo a acostarme y, aparte de dormir y pensar, no hago otra cosa. Tengo mucho frío y las tres mantas que tengo encima no logran a calentarme.

 

En ocasiones, escucho las conversaciones del personal cuando suben la voz, y siempre proceden de los mismos temas.  No entiendo, ¿cómo no se aburren hablar constantemente de lo mismo?

 

 Esta tarde vinieron unas amigas de la señora, no las vi, no obstante, tuve la oportunidad de escuchar a Helma brindarles la bienvenida. Hablaban algo y de pronto oí:


- ¿La nueva?... ¡Es la hija de un borracho! Imagínense, mató a su mujer y vendió a su hija al señor Maassen por vino, para suicidarse posteriormente, de la manera más placentera que encontró: ¡bebiendo!


Se produjeron exclamaciones de desaprobación. Me sumergí debajo de las mantas para no escuchar más sus palabrerías, porque me causan muchísimo daño.


¿Por qué Helma, no para de hablar de mí y mi familia? ¡No aguanto estar aquí más! ¡Tengo que escapar! El fantasma del pasado siempre me perseguirá, sin importar que mi padre no fue culpable. La gente adora sentirse importante, relatando historias inventadas y culpando al prójimo para así despistar el resto de su propia falta de misericordia y ausencia de valores. Me gustaría dormirme y no despertar hasta que el mundo no cambie por completo. Hasta cuando las mujeres pueden existir por sí solas y no sean una mercancía como ahora. Cuando puedan elegir por sí mismas, y su opinión sea aceptada y valorada. Deseo despertar en un mundo nuevo en el que los pobres no sean esclavos de los ricos y puedan vivir una vida digna y placentera. Cuando todos podamos llegar a la vejez para disfrutar de nuestros hijos y nietos.

 

Yo no conocí a mis abuelos. Los padres de mi padre se murieron de tuberculosis cuando yo era bebé, y los progenitores de mi madre fallecieron después de su boda, debido a la peste negra. Todos se encuentran en las fosas comunes, donde entierran a los enfermos contagiosos y la gente sin familiares. 


  Existen numerosos cuentos sobre los “nachzehrer”, que son los devoradores de cadáveres. Cuentan que algunos cadáveres se consumían a sí mismos y se alimentaban de la fuerza vital de sus parientes vivos. Surgían de muertes insólitas o inesperadas. La leyenda cuenta que alguien se convierte en “nachzehrer” si es el primero de la comunidad en morir de una epidemia, por eso los primeros los entierran boca abajo. También nos producen mucho miedo los “weidergänger”, los que “caminan de nuevo”. Se dice que estos cadáveres son capaces de salirse de la tumba para atormentar a sus comunidades. En “weidergänger” se convierten los que sufrieron una muerte inesperada, como mamá, y habían dejado asuntos sin concluir aquí. Por eso, cuando vi a mamá con ojos abiertos, me asusté un montón y se los cerré, para que no se convirtiera en una “weidergänger” y poder hallar la tranquilidad eterna. Pero solo papá y yo sabíamos eso. Ante todo, Helma insiste en que somos malditos. Yo no veo el espíritu de mi madre. Además, hasta el momento no he soñado con ella, ni siento su presencia conmigo. Pero la gente tememos a las leyendas y las cosas que no se pueden explicar, y también, lo que no entendemos, todo esto nos da un pavor impresionante.

 

Tuve un hermano que falleció apenas con unas semanas de vida. Mi madre sufrió dos partos previos a él, pero los bebés nacieron ya muertos, y ella por poco se muere por las hemorragias que tuvo en los partos. Y ahora, justo cuando iba a dar a luz de nuevo, falleció. Se requieren médicos y estudios que los pobres pueden permitirse, y no creer en cada cuento que escuchen. Lamentablemente, la gran mayoría somos unos analfabetos, no sabemos leer ni escribir, somos unos simples trabajadores y nadie nos toma en serio, ni siquiera nosotros mismos. El estado no nos protege, y el rey, aún menos. Nos utilizan únicamente para pagar alquileres e impuestos, para hacer ricos a los más ricos. Nuestros derechos terminan ahí… Nuestra existencia es insignificante e insufrible. ¿Para qué vivir de esta manera?

 

  Después de anochecer, temblando salí al jardín. Necesitaba inhalar un poco de aire fresco. Mis mareos persistían y experimentaba una tremenda sensación de debilidad. Me senté en el suelo, debajo de un enorme nogal, tapada con mi manto. Mis dientes castañeteaban por el frío, pero necesitaba estar fuera de esa casa de locos. Miraba a la luna y las estrellas y sentía una paz increíble. En un rato, uno de los gatos de los amos, vino a mí y se frotó en mi pierna, quería que lo acariciara. Lo hice. Comenzó a ronronear contento. Me olvidé del frío mientras lo acariciaba. De improviso, escuché la voz de Abdul:


-  ¡Mathilde! ¿Eres tú? – En la oscuridad no se veía casi nada, solo sombras y contornos.


-  Sí, soy yo. - susurré.


-  Hace mucho frío. ¡Ve a la cama! – se acercó a mí.


-  Ya iré. Quiero respirar un poco de aire. Abajo está muy húmedo, no me hace bien.


-  El frío te hará más daño, te pondrás peor.


-  Ya da igual, Abdul. Si me muera, estarán tranquilas… Como piensan que estoy maldita, morirme será lo mejor para todos - murmuré - De todos modos, ¿para qué vivir?


-  ¡No digas eso! Eres demasiado joven para no querer vivir.


-  A veces, la vida misma no te ofrece otra opción… Ya no hay nada que me ilusione. Todo perdió el sentido…


-¿Y tu fe?- me preguntó sorprendido.


- ¿Tu fe nunca ha flaqueado, Abdul?- le pregunté en vez de responderle.


-  ¡Jamás! - contestó – No he perdido mi fe en Allah, nunca.


-  ¿Allah? … ¿No eres cristiano?


-  No. Soy musulmán.


-  Pues, no lo sabía… ¿Y cómo puedes determinar que tu Dios es el genuino?

– Tenía la posibilidad de conversar con un creyente de otra religión y me pareció sumamente interesante.


- Porque lo es. Vuestra religión es corrupta. Se paga a la iglesia indulgencia para que perdonen a tus pecados.


-  ¡No! Jesucristo pagó por nuestros pecados con su sufrimiento y muerte - lo corregí.


- ¿Ves, que vuestra religión no sirve? Se contradice. Si Jesús pagó por vuestros pecados, ¿por qué la iglesia cobra para que vuestros seres queridos salen antes del Purgatorio? – prosiguió Abdul – Los ricos pagan indulgencias para que más rápido alcanzan una vida mejor.


- ¿Y por eso pueden matar sin castigo? ¿Porqué pagan?…


-  Vuestra religión está mal… Todos pagamos - dijo desilusionado el jardinero.


-  Y ¿cómo es factible que haya un Dios diferente en todas las religiones, y todos creen que sólo el suyo es el verdadero?


- Porque son ignorantes. ¡Yo nunca perdí la fe en nuestro dios, sin importar las dificultades que encuentro en el camino! Dado que mi vida no ha sido nada fácil.


- ¿Cómo llegaste aquí? – me picó la curiosidad.


- Durante la guerra me capturaron, me castraron y los judíos me vendieron como eunuco.


-  ¡Lo lamento mucho! – no sabía qué decirle. Me produjo rabia e impotencia que unos humanos pueden hacer esto con un ser semejante y no sentir remordimientos de consciencia. “¿El dinero les hace ciegos y sin escrúpulos, o de por son tan miserables?”



– Abdul, ¿tú nunca te enfadaste con tu dios por esto? ¿No lo viste injusto?


- Mi destino está en manos de Allah. Solo él tiene la certeza de qué es mejor para mí, y yo tengo que obedecer y aceptarlo.


- ¿De qué manera algo así puede ser lo mejor para ti? - no comprendía su sumisión.


- Debes aceptar el destino, aunque consideres injusto. La vida es injusta. Los pobres carecemos de derechos, sólo tenemos obligaciones, por desgracia.


-  Si todos siempre aceptamos las injusticias, ¿no crees que el mundo nunca cambiará?


Abdul levantó los hombros.


-  El mundo está en manos de Dios, él decide y nosotros cumplimos.


- ¿Pensar así  no nos quita la responsabilidad para cambiar las cosas?


- ¿Cómo puedes cambiar tu destino? ¡Dime!... - me miró incrédulo. - ¿Qué podrías haber hecho para evitar que tus padres murieran?


Me quedé callada, no sabía qué contestar, ni qué pensar, pero su manera de ver la vida no encajaba con la mía. Y no es que yo sepa cómo entenderla, estoy demasiado confusa y con prácticamente nada de experiencia para poder aclararme la mente. Pero él es lo contrario a mí, y tal vez, vive mejor, en paz.


- ¡Vámonos a dormir, es muy tarde ya! -  expresó el jardinero y me ayudó a levantarme del suelo.


 Nos dirigimos hacia la casa sin hablar, cada uno atrapado en sus pensamientos.

 




15.

 Al día siguiente, me encontraba mucho peor. Dormí todo el día, no tenía fuerzas para comer, ni hablar.


 En un sueño, o mientras estaba medio dormida, no lo sé, escuché a Helma decir a alguien:


- Su madre se ha convertido en weidergänger y ya ha venido a recogerlos, para vengarse. ¿Viste? En primer lugar a su esposo, y luego a su hija. …Mathilde no vivirá mucho, y ella se irá con su familia. ¡Qué lástima que el señor Maassen perdió tanto vino de calidad, por nada!


- Podremos llevarla al hospital… - Creo que era la voz de Abdul.


- Sí, la llevaremos mañana. Así se morirá ahí, y no entre nosotros.  

 


 Durante la madrugada me desperté de un maravilloso sueño: “Me encontraba caminado en un hermoso prado, escuchando a los pájaros cantar. Sentía una calma y felicidad por dentro, lo que no había experimentado durante un largo tiempo. Arrancaba las flores que me encontraba y me hacía una corona de ellas. El invierno se había ido y el aíre era cálido. Bailaba y cantaba en libertad. El sol acariciaba mi piel y me calentaba.


 De pronto, vi a mi padre que me llamaba con señas para acercarme. Fui a él corriendo. Le abracé y lloré de alegría. Él me dijo arrepentido:


-  ¡Perdóname, Mathilde! ¡Por favor! … ¿Me podrás perdonar, algún día?


-  No tengo de que perdonarte, padre. Hiciste lo mejor que pudiste.


Él sonrió contento, me tomó para la mano y dijo:


-  ¡Vámonos! Tu madre nos aguarda… ¡No tengas miedo!


Le miré a los ojos, sonriendo.


-  No tengo miedo, papá. Hace tiempo esperaba este momento….”


 Y me desperté de inmediato… Al ver la habitación oscura, fría y húmeda me volví a sentir mal.

 

 

Ahora estoy en el limbo. Entre la decisión de permanecer en la cama, o ir al encuentro con mi familia. Por dentro siento fuerzas para seguir…


Y me pongo de pie. Cojo mi manto de puntillas y abandono aquella cárcel que me reprime. Salgo fuera sin hacer nada de ruido, palpando las paredes para no caerme en las tinieblas. Cruzo apresuradamente el jardín y llego a la puerta principal.  Abro despacio el enorme pestillo de hierro, para que no me escuchen, y comienzo a correr. ¡Me siento libre y feliz! No me duele nada, por eso sigo corriendo hacia ese precioso prado, donde me esperan mis padres… Sólo la luna y las estrellas iluminan mi camino, pero con eso me basta.

 

 

 

 

Epílogo


Ayer me llamaron de un restaurante dónde había dejado mi currículum para hacer una prueba. Y ahora me estoy arreglando para ir. El tiempo está feo: nublado, triste, y además llueve fuerte. Soy nueva en este pueblo, no manejo bien las distancias y calculé que llegaré ahí en 20 min. Salgo de casa y me dirijo hacia el dicho restaurante. Cuando piso la calle, resulta que aparte de la lluvia, también hace viento. Y no es tan fuerte como para que me lleve, ¡pero para el paraguas es mortal!


Así que, comienzo a caminar con el paraguas en la mano y lo apunto como un escudo en dirección del viento, por una parte para protegerme a mí, y por otra para mantenerlo entero más tiempo. De todos modos, tengo que llegar más o menos seca y en condiciones aceptables para trabajar. El camino hasta ahí parece ser una batalla con un enemigo invisible.


El viento cambia de dirección a menudo y yo giro con el paraguas tratando de que no se rompa. Pero no importa las vueltas y las piruetas que doy, intentando proteger a los dos, no consigo mi propósito, y uno de sus radios se rompe, y eso, ¡todavía a tres calles de casa! Me concentro aún más, y sigo con el juego que del tiempo me propone. En la siguiente calle, se rompe otro radio, y yo sin querer me meto en un charco. Mis zapatos se llenan de agua y los calcetines la absorben y se quedan más mojados de lo que salen de la lavadora. Aun estoy en la tercera cuadra y mis pies ya nadan en los zapatos. ¡Ni quiero pensar como llegaré hasta ahí! Una calle más y el paraguas se voltea al revés y retuerce. Su mango se dobla y yo, decepcionada de la basura china que había comprado, lo tiro en la primera papelera que me encuentro. Como veo, ¡seca no llegaré! Miro la hora y alucino: ¡voy a tardar! Me apresuro y con pasos grandes intento avanzar a causa del tiempo perdido en la batalla. La lluvia moja mi pelo, mi cara ,mi pantalón, que ya lo tengo pegado en las piernas como otra piel, pero ¿qué puedo hacer?, sino seguir.¡Tengo que llegar lo antes posible! Chapurreo en unos cuantos charquitos más sin querer y, al final, llego al sitio.

No sé qué pinta tengo, ¡menos mal que no me veo!

La terraza del restaurante está casi vacía. En una mesa veo el jefe. Nunca lo había visto, hablamos por teléfono pero sé que es él. Me acerco. Está sentado solo, tomando café, mirando unos currículums que hay sobre la mesa. Le saludo preocupada, pidiéndole disculpas por el retraso. Eran 5 minutos, pero el primer día ¡queda horrible!


-No pasa nada. - contesta él, y me invita a sentarme.


Me hace unas cuantas preguntas sobre mi currículum y me explica las condiciones del trabajo. Mi mirada se para en sus ojos, me parecen familiares. Sé que lo veo por primera vez, porque aquí no conozco a nadie, pero me suena haberle visto en algún lado. Se ve una persona educada y sería. ¡Genial!

Después de una corta conversación se levanta diciéndome:


-¡Vamos! Te enseño la barra.


Entramos en el restaurante y junto a la puerta está la barra: pequeñita, estrechita unos 1,5m por 0,80m, algo como medieval, pero todo de aluminio. Las estanterías llenas de copas y botellas hasta el borde. Nunca había visto un barra tan pequeña para un restaurante tan grande. Me imagino en pleno trabajo y comandas arrastrándose hasta el suelo, como las copas volarán solas de los estantes. Cada vibración por exceso de energía podría provocar una tempestad. Suspiro. Me presenta a los compañeros y me deja con la compañera del otro turno para explicarme las cosas.

• • • •

Es una mañana entretenida, con tropecientos cafés y pocos desayunos, yo intentando sacarlos rápido en la barra asombrosamente pequeña e incómoda. El primer día sí que me impresionó.


Hay un periódico que mi compañero había cogido de alguna mesa que alguien olvidó, tirado en una esquina en la barra. Trabajábamos sin hablar cuando entra el jefe. Nos saluda y coge el periódico.

-28/04/2022…Es de hoy. ¿Es tuyo?


Le miro sorprendida. ¡Ni en mis peores pesadillas hubiese comprado la “Marca”!


-No. - contesto.


Marcos me lanza el periódico diciéndome:


-¡A la basura! ¡No quiero nada aquí!


Lo tiro y prosigo con mi trabajo.


-Hazme un café, y baja cuando puedas. Tú contrato ya llegó.


Cuando me desocupé de la avalancha de cafés, baje la escalera que llevaba al salón de abajo, donde mi jefe está detrás de la barra grande, que no se utiliza para trabajar, por ser incómoda para los camareros subir todo el rato esa grande escalera, para poder llegar a la terraza donde se suelen sentar los clientes. Cuando llego a él, me pasa el contrato y un bolígrafo para firmarlo.


-Cuatro horas por ahora, como hablamos, hasta que empiece la temporada, ¿no?


-Sí, está bien. La vejez no me perdona. – me río. – No puedo ya con tanto trote. Como para un principio está bien. – sonrío de nuevo.


-Vi que naciste en mi año. - dice Marcos riéndose.


-¿De verás? – me parece graciosa la coincidencia. – Entonces, ¡tenemos la misma vejez! - me eché a reír.


Al jefe no le gustó mi conclusión y protesta:


-¡Vieja tú! ¡A mí no me metas! - suelta una carcajada. - ¡Yo soy joven, aún!


-¿¿Joven?? ¡Pero tenemos la misma edad! - aclaro mi observación.


Desde el primer día que empecé a trabajar me impresionó su sentido de humor, cuando estaba de buena honda. Le gusta reír y siempre suelta alguna broma, y ahora tampoco desaprovechó la ocasión.


-¡Nooo, la misma no! – se columpia en la silla donde está sentado y estalla en risas. – ¡Me llevas con cuatro meses!, ja,ja,ja,ja…


Yo no aguanto y sego riéndome también:


-Bueeeno... Está vez yo soy la mayor ja,ja,ja...


 Esta conversación me llevó al pasado cuando aún vivíamos en la pequeña aldea del río Elba, y Marcos era entonces mi padre Jörg. Ya sé porque sus ojos me parecen tan inquietamente familiares.

Tal vez, ¿y "mamá" estará por aquí? Más joven que yo ahora pero para el amor no importa la edad.

Los lazos más profundos trascienden el tiempo y el espacio, encontrándose en las circunstancias más inesperadas. Esta vez, el universo nos ha unido para sanar viejas heridas, recordar los tiempos viejos viviéndolos de una manera diferente y reescribir nuestro destino.

Soy afortunada de poder pasar tiempo inolvidable con ellos nuevamente, y está vez sin tragedias.

 Aunque por un corto tiempo, cada momento es una oportunidad para vivir plenamente, en paz y en armonía, como siempre debió ser.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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