El precio del deseo
- alternativanely
- 24 may 2023
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 26 nov 2024
Sobre la cima de la montaña, donde el sol esparcía sus rayos dorados y los pájaros entonaban sus melodías más sublimes, se erguía como un titán de piedra el castillo gótico, imponente y majestuoso. Rodeado de bosques que susurraban secretos antiguos en la oscuridad de la noche, hasta que la luna, agotada, se retiraba a descansar. La bruma matutina abrazaba sus torres y muros, entrelazándose con los susurros del viento y los ecos de un pasado lejano que había dejado marcas imborrables.
En la distancia, el mar cantaba su eterna canción al romperse en las rocas, su melodía de misterio y melancolía atrapaba la atención de algún transeúnte que se detenía para escucharla y contemplar su fuerza y belleza. Al caer la noche, en el cielo comenzaba un espectáculo en un lienzo estrellado, un teatro celestial donde las constelaciones danzaban con gracia y elegancia, envolviendo al castillo en una manta de luces titilantes.
La luna llena, reina de la noche, brillaba con una intensidad hipnótica, su resplandor bañando cada rincón con un halo de enigma. Su presencia dominaba los cielos, incitando la imaginación de enamorados y poetas, despertando pasiones y anhelos ocultos bajo su luz plateada.
Es en esta fase lunar es cuando las mentes humanas se alteran y las decisiones previas se materializan en actos que sellan destinos.
En las últimas lunas llenas Katharina daba vueltas en la cama, sin poder conciliar el sueño hasta que la luna se ocultaba. Durante los días previos y posteriores estaba mal humorada, nerviosa y se encerraba en sí misma. Después, todo volvía a la normalidad y ella otra vez era la chica más simpática, bella y encantadora de todo el reino.
Katharina era una joven muy atractiva e inteligente. Le apasionaba leer y ya había devorado casi todos los libros de la biblioteca del castillo. Su pelo rubio caía en preciosas ondas sobre los hombros y la acariciaba hasta la cintura. Se parecía al heno en tiempo de cosecha: dorado y luminoso. Sus labios jugosos se abrían en una amplia sonrisa que mostraba sus dientes blancos, haciendo que su rostro pareciera el de un ángel caído del cielo. Era una de las hijas del Rey, la más querida por su padre. Tenía muchos amantes y pretendientes, pero aún no había decidido casarse con ninguno. Le gustaba jugar y divertirse, mientras sus admiradores estaban corriendo por satisfacer cada uno de sus caprichos. Sabía como manejarlos y sacar su propio provecho.
De todos los hermanos y hermanas, Katharina tenía una relación muy estrecha con su hermana mayor. Siempre corría hacia ella para contarle lo que le había sucedido y pedirle consejo cuando necesitaba tomar una decisión. Su hermana la quería profundamente y muchas veces ponía la mano en el fuego por ella. Siempre la defendía y excusaba, cuando Katharina lo necesitaba. Tenían una relación tan buena que muchos les envidiaban por ello. Las malas lenguas, de vez en cuando, soltaban algún chisme o crítica sobre Katharina, pero su hermana nunca les hizo caso, siempre estaba a su lado.
Katharina estaba en el cuarto de su hermana, sentada junto a su cama mientras leía un libro. Solía cuidar de ella porque últimamente se encontraba mal: vomitaba, tenía calambres musculares y hormigueo en las extremidades. Su rostro se veía cada vez mas pálido, había adelgazado mucho y los últimos dos días ni siquiera podía levantarse de la cama. Katharina le preparaba infusiones, le secaba el sudor de la frente y la ayudaba con lo que necesitaba.
- ¡Kathi, por favor, cierra las cortinas, tesoro! Entra mucha luz y me molesta. - susurró la enferma.
La hermana menor se levantó sin decir nada y cumplió con lo que se le había pedido. En este momento, en la habitación entró el marido de la enferma, quien acababa de regresar de un viaje. Verla tan mal lo inquieto considerablemente.
-¿Qué le pasa? ¿Cuánto tiempo lleva asi? ¿Por qué no ha ido alguien por el sanador?- preguntaba una y otra vez, acercándose a su cama.
-Hace una semana que está tan mal. - respondió Katharina. - Yo, cuido de ella... Ahora mismo le haré una infusión. ¡Tú no te preocupes, Erik!
-Yo mismo iré a traer al curandero. ¡Tú, no te apartes de su cama, Katharina! - declaró el hombre con preocupación.
Se agachó a su esposa y le dio un beso en la frente. Cogió su mano en las suyas, la miró con cariño y trató de darle ánimos:
-¡Te pondrás bien, mi amor! ¡No te preocupes! ¡Yo me encargo a partir de ahora! Ya estoy aqui...
La mujer esbozó una leve sonrisa y asintió.
Katharina salió de la habitación casi corriendo para preparar una infusión para su hermana. Echó un poco de miel en la taza con las hierbas y regresó al cuarto. La mujer estaba sola. Katharina le ayudó a incorporarse un poco, colocando una almohada detrás de su espalda. Le entregó la taza, sonrió y le acarició el cabello :
-¡Te vas a poner bien, hermana! ¡Bébelo todo, mientras esté caliente!
La mujer bebió unos cuantos tragos y bajo la taza.
-¡No puedo más! Estoy tan cansada...
-¡Termínatelo todo, hermana! - insistió Katharina.
Su hermana asintió y comenzó a beber de nuevo la infusión. La acabó, pero justo cuando entregaba la taza a Katharina, una arcada la hizo vomitar. La joven se asustó, empezó a limpiarla y quitó las sábanas para poner nuevas, mientras le hablaba con su dulce voz:
-Ahora vendrá Erik y todo estará bien. ¡Tú, no te preocupes! ¡Todo estará bien!... Te traeré un vaso de agua, ¿quieres?
-Si, ¡por favor, cariño! Necesito beber agua... - murmuró la hermana mayor- ¡Eres tan buena conmigo, Kathi! No sé que haría sin ti...
Katharina fue corriendo a por agua y se la llevó . La hermana mayor la bebió y se durmió . Katharina se sentó al lado de la cama de nuevo, ojeando el libro mientras observaba de reojo a la mujer. Después de un tiempo, se levantó, la tapó bien y salió del cuarto. Con el corazón pesado, se dirigió a la bodega, sus pasos eran pequeños, rápidos y sigilosos. Al entrar, cerró la puerta apoyando todo su cuerpo en ella. Luego, encendió el gran candelabro de metal y se sirvió un vaso de vino en una copa de plata. Tomó apresurada un sorbo y se dejó caer en una silla. Entumecida, observaba las sombras que danzaban en las paredes con la luz tenue de las velas, mientras un miedo terrorífico intentaba apoderarse de ella. Las manos le temblaban mientras daba sorbo tras sorbo al vino, intentando calmar su mente.
Así como marchaban las cosas, Erik pronto iba a ser suyo. Sonrió como una ganadora. Tomó otro trago y una sombra pasó por su mente, su sonrisa se quedó congelada: sabía que no lo quiere..
El sabor amargo del vino se mezclaba con la tristeza y la confusión que sentía. Pensaba en los momentos compartidos con su hermana, y una lágrima solitaria rodó por su mejilla. ¿Cómo podría haber llegado a este punto? ¡Cómo podía ser tan caprichosa! La culpa y el dolor se mezclaban en su interior.
Levantó la copa para brindar, aunque no sabía bien por qué, y el sonido del metal al chocar con la mesa resonó en la bodega vacía. Cada eco parecía burlarse de su desesperación.
Se echó más vino, esta vez con manos más firmes, y decidió que tenía que mantenerse fuerte. Su mente vagaba entre recuerdos y pensamientos oscuros, mientras la luna menguante brillaba débilmente a través de una pequeña ventana, prometiendo un nuevo comienzo en breve.
Yendo hacia el dormitorio de la enferma, escuchó la voz del curandero que ya había llegado con Erik:
- Ya no puedo hacer nada... ¡Lo siento! - dijo el sanador agachando la cabeza. - Ya está muerta.
Los ojos de Erick se ensancharon y su semblante palideció.
- ¿¿De qué?? ¡Hace dos semanas estaba en perfecta salud! - casi grito el marido.
El curandero empezó a examinar el cuerpo de la mujer. En este momento, Katharina entró en la habitación con la copa en la mano.
- Veneno. - concluyó el sanador - Probablemente arsénico...
Katharina agachó la cabeza y comenzó a sollozar:
-¡Mi pobre hermana! ... ¿Quién habrá sido?
El rostro endurecido de Erik por los años y las batallas tembló ligeramente.
Apretó fuerte su dentadura y proclamó con la voz quebrada por el dolor:
-¡Atraparé a quién haya sido y lo mataré con mis propias manos! Yo la quería...
La copa en las manos de Katharina se cayó al suelo y el sonido del metal resonó por toda la habitación. El fuerte eco se metió en su cabeza, y la chica se tapó los oídos con las palmas de las manos, intentando bloquear el ruido que parecía amplificarse con cada segundo. El vino tinto formó una mancha roja en su precioso y costoso vestido...
La habitación estaba envuelta en una penumbra silenciosa, donde el único sonido era el latido acelerado del corazón de Katharina. El curandero, que también era miembro del clero, se santiguó mientras murmuraba una oración por el alma de la difunta.
La luna estaba en su última fase menguante. ¡Hermosamente magnifica y pequeña!, como un hilo dorado entre las estrellas. Mañana sería un día nuevo, un ciclo nuevo para muchos, empezando con la luna nueva...
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